PTS-NMAS un debate necesario
Por Raúl Valle
En un debate con el NMAS iniciado el 31 de octubre, el PTS realiza la conclusión cretina de su propio éxito basado en las cifras del último comicio como meramente electorales, ni para la retórica mediática.
Hubiese ocurrido interpretar, mejor, las cifras como una manifestación de la correlación de fuerzas entre clases en la coyuntura actual y como una señal de que el núcleo de la lucha de clases para que sea convocado de manera suficiente y estratégica por quienes ocupan la dirección de la izquierda.
El enfoque electoralista —que reduce la política a campañas, al ruido de las redes, visualizaciones o a ataques personales y a la búsqueda de virales— falla porque oculta la raíz de la crisis del capitalismo, la explotación sistemática de la clase trabajadora y la necesidad de unir ese vasto sujeto histórico en torno a una estrategia que trascienda las candidaturas y las coaliciones pasajeras.
Un diferente debate hubiese sido la propuesta de un partido de trabajadores que el Nuevo MAS debe articular con una alternativa avanzada, y no puede renunciar a la tarea estratégica de que sea puente entre la acción de masas y la dirección programática, sin sacrificar la democracia interna ni la crítica radical a las direcciones que traicionan la lucha de clase. Por esta razón, las dos agrupaciones de tradición morenista no lo mencionan, ninguna tiene todavía una crítica estratégica a esta corriente que, aunque declaran, no tiene en su programa un Partido de Trabajadores, solo oportunismo, el PTS ni lo menciona en su debate, no lo propone al NMAS (Cuando me conviene sí, cuando no me conviene no).
Trotsky enseñó que la tarea de la vanguardia no es abandonar la lucha de masas en favor de una elite doctrinal, sino articular una organización de clase que combine la iniciativa de la base con una dirección teórica clara y un programa inequívoco para superar el capitalismo. El partido revolucionario no debe convertirse en una cúpula aislada ni en una simple herramienta de consignas; debe ser una máquina de combate que combine la disciplina de clase con la creatividad de la acción, que sepa articular las luchas sindicales, estudiantiles y populares en una estrategia común y que mantenga la democracia de las bases como condición para la responsabilidad y la autenticidad histórica.
Las lecciones de la formación del FITU muestran que la cohesión ideológica y la acción coordinada entre base y dirección pueden vencer obstáculos inmensos, pero también advierten contra la burocratización y la tentación de convertir la política en una mera gestión de frentes o en una performance mediática. La experiencia de la época muestra que la capacidad de mantener un programa claro y un liderazgo que rinda cuentas, sin renunciar a la crítica y a la autocrítica, es lo que da densidad histórica a un proyecto revolucionario.
En el presente, la dirección del PTS, que busca "aparatear" el FITU, ha mostrado señalamientos que se pueden interpretar como una intención de ocupar espacios de liderazgo sin garantizar la unidad real de la clase trabajadora. En espacios como Frente o barricadas de lucha contra Milei-Trump y los cómplices peronistas, la percepción de una coalición que prioriza disputas internas o que actúa de modo que parece faccionar el movimiento, genera desconfianza entre trabajadores, docentes, jovenes y comunidades populares.
Este comportamiento fracturante no solo debilita la capacidad de acción directa de la clase, sino que erosiona la credibilidad de una alternativa que pretendidamente se presentaba como la vanguardia de la lucha de clases. Es imprescindible afirmar que la unidad no significa sumisión; significa, por el contrario, la construcción de una plataforma común que incorpore a sindicatos, movimientos estudiantiles, y organizaciones populares bajo un programa de transformación social radical y claro.
La propuesta para superar estas limitaciones es doble y dialéctica. Por un lado, avanzar hacia la construcción de un Partido de Trabajadores, entendido como una organización revolucionaria capaz de integrar la acción de masas con una orientación estratégica, democrática y revolucionaria. Este partido debe cimentarse en la disciplina de base, en la rotación de cargos mediante elecciones entre las bases, en caso de errores realizar una autocrítica y revocar los puestos, cosas que no ha sucedido con Bregman (PTS) y Solano (PO oficial) que votaron las leyes sionistas en el parlamento, y no renunciaron a sus bancas para dejar paso a compañeros consecuentes, por eso en la transparencia de las deliberaciones y en la crítica constante a los errores cometidos, es sin dogmatismo ni burocratización.
Pero lo que sucede es que no se trata de una vanguardia, sino de una retaguardia, porque las dos organizaciones morenistas caracterizan toda situación de lucha comprometida como no-revolucionaria como caracteriza el PTS y el NMAS, como novedad, o en el plano internacional niegan los campos en disputa de la lucha de clases y por lo tanto a Lenin.
Por otro lado, hay que sostener la unidad de la clase trabajadora como una dirección no forzada desde arriba, sino ganada desde abajo, articulando la lucha diaria en talleres, fábricas, universidades, barrios y pueblos originarios. La construcción de una hegemonía obrera, con una base orgánica en sindicatos y asociaciones populares, es la condición necesaria para que el Partido de Trabajadores pueda existir como sujeto histórico capaz de enfrentar al capitalismo en su raíz.
Las lecciones históricas de Trotsky y de la tradición trotskista confirman que la superación de las limitaciones electoralistas pasa por convertir la lucha de masas en la palanca central de la acción política, sin abandonar la crítica a los errores estratégicos de quienes se dicen “militantes” pero que, en la práctica, debilitan la unidad y la acción de la clase trabajadora. La experiencia del periodo histórico que dio nacimiento al trotskismo demuestra que un programa audaz y una organización disciplinada pueden atravesar coyunturas políticas complejas y, aun así, sostener la movilización de la clase frente a las amenazas del capital y del Estado.
En este marco, no se trata de negar la importancia de las campañas electorales ni de desvalorizar la necesidad de presencia institucional. Se trata, más bien, de situarlas en su lugar, como herramientas tácticas para fortalecer la construcción de un sujeto político más amplio y autónomo que pueda encarnar la voluntad de la clase trabajadora en su conjunto.
Si el PTS y Nuevo MAS aspiran a ser esa expresión, deben abrirse a una transformación que pase por la democratización real del FITU con comités de bases para todos los luchadores y luchadoras de izquierda, por la ampliación de su base de apoyo entre trabajadores, jóvenes y comunidades populares, y por la creación de una estrategia compartida con otros sectores de la izquierda que apunten a la convergencia de luchas y a la construcción de un Partido de Trabajadores que no se reduzca a una alianza electoral sino que se erija como una fuerza organizada capaz de ganar hegemonía en la lucha de clases.
La urgencia no es sólo ganar votos, sino ganar la voluntad organizada de los de abajo. La clase trabajadora necesita un Partido de Trabajadores que, con disciplina, democracia y audacia estratégica, lucha en las fábricas y lucha callejera, esté lista para liderar la lucha contra el capitalismo y para avanzar hacia una sociedad sin clases.
Este proyecto exige la ruptura con prácticas que sectorizan y alienan a las bases, exige la construcción de una unidad que no diluya las identidades de lucha, sino que las fortalezca en una plataforma o programa común. La tarea es histórica y urgente, construir desde abajo una organización que pueda convertirse en la voz, la dirección y el eje de la lucha de la clase trabajadora, y que pueda, a la vez, enfrentar con claridad la dirección peronista que hoy traiciona a sus bases y por la causa de la emancipación proletaria y el socialismo.

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