Respuesta a la campaña "feminista blanca" de Mirian Bregman. Las que se visten de violeta.
Por Raúl Valle.
En un mundo donde el feminismo se presenta como un frente unido por la igualdad, persiste una crítica profunda e histórica al llamado "feminismo blanco", las que se visten de violeta, esa variante liberal y burguesa que prioriza los derechos de mujeres blancas de clase media o alta, ignorando las intersecciones de raza, clase y colonialismo.
Este enfoque no solo perpetúa el capitalismo, sino que actúa como un freno a la verdadera emancipación colectiva, dividiendo a las oprimidas en lugar de unirlas contra las raíces de la propiedad privada del patriarcado. Revolucionarias socialistas y marxistas, desde Europa hasta América Latina, lo han denunciado como contrarrevolucionario, argumentando que domestica la rabia femenina en reformas superficiales que benefician a unas pocas mientras el sistema explota a las masas. ¿Qué diría el PTS de la campaña voto feminista o llamar a votar hasta el "chongo"?
En esta nota, exploramos las vidas y legados de figuras emblemáticas que combatieron esta visión, incluyendo aportes clave de revolucionarias argentinas, y desentrañamos cómo este feminismo avaló violencias estructurales, difamó ideas transformadoras y marginó a las trabajadoras, proponiendo al final una salida unida para todos los oprimidos.
Entre las pioneras que alzaron la voz contra el feminismo blanco destaca Clara Zetkin, la alemana que en 1857 fundó el socialismo feminista y organizó el Día Internacional de la Mujer como arma obrera, criticando a las sufragistas liberales por buscar integrar a las mujeres en el capitalismo sin cuestionarlo, mientras las obreras textiles y mineras seguían en la miseria. Alexandra Kollontai, bolchevique rusa nacida en 1872, fue aún más incisiva en su obra "La mujer en la sociedad socialista" de 1920, donde tildó al feminismo occidental de "ideología de clase" que solo elevaba a las élites blancas, dejando a las trabajadoras en la pobreza; como primera comisaria de Asuntos Sociales en la URSS, impulsó divorcios libres y guarderías colectivas, siempre atadas a la revolución proletaria y no a reformas elitistas. Rosa Luxemburgo, la polaca-alemana de 1871 que lideró el levantamiento espartaquista, enfatizó que la liberación femenina solo llegaría con la abolición del capitalismo, denunciando a las sufragistas burguesas por aliarse con el imperialismo durante la Primera Guerra Mundial en nombre de una "emancipación" selectiva; su asesinato en 1919 por contrarrevolucionarios no apagó su legado anticolonial. Louise Michel, la francesa anarquista de la Comuna de París en 1871, rechazó el feminismo de las clases altas como distracción de la lucha obrera, defendiendo en su exilio a mujeres indígenas y colonizadas frente a un modelo que ignoraba el racismo. Emma Goldman, entre EE.UU. y Rusia, vio el sufragio como herramienta de control estatal, y Sojourner Truth, la afroamericana del siglo XIX, con su grito "¿No soy yo una mujer?" expuso cómo este feminismo excluía a las esclavizadas negras.
En Argentina, este combate tomó formas locales pero igual de feroces, Juana Rouco Buela, la anarquista uruguaya-argentina nacida en 1876, organizó a trabajadoras textiles en Buenos Aires a fines del siglo XIX y principios del XX, oponiéndose al feminismo sufragista burgués que priorizaba el voto para damas de sociedad mientras las obreras enfrentaban jornadas de 14 horas; fundó la revista "La Voz de la Mujer" para unir género y clase, y fue perseguida por su defensa de las marginadas. Azucena Villaflor, la fundadora de las Madres de Plaza de Mayo en 1977, encarnó esta resistencia interseccional bajo la dictadura militar: como trabajadora y madre de desaparecido, unió la búsqueda de justicia por los 30.000 secuestrados con la denuncia de la opresión de género y clase, criticando implícitamente el feminismo blanco que, en contextos globales, ignoraba las violencias estatales contra las pobres y las indígenas; su secuestro y asesinato en diciembre de 1977 la convirtieron en símbolo de un feminismo proletario que no se detiene en reformas, sino que confronta el terror capitalista.
Este feminismo blanco se revela contrarrevolucionario porque no transforma la sociedad de raíz, sino que la integra al capitalismo, divide la clase obrera al enfocarse en "igualdad de género" sin considerar clase o raza, ignorando la doble o triple opresión de las mujeres trabajadoras de color, y así fragmenta el movimiento en luchas "feministas" versus "de clase" en vez de unirlas. Perpetúa el imperialismo, como cuando sufragistas blancas en EE.UU. apoyaron la esclavitud y el colonialismo, argumentando que las mujeres "civilizadas" merecían derechos antes que las "primitivas", un eco que resuena hoy en guerras justificada como "liberación femenina", como la invasión de Afganistán. Bloquea la revolución al buscar paridad en posiciones de poder capitalista, como más CEOs mujeres, distrayendo de abolir el sistema que explota a todos; como advirtió Lenin, influido por estas pensadoras, es un "velo para la opresión de clase" que canaliza la ira en reformas seguras para el statu quo.
La respuesta a esta fragmentación fue la Primera Internacional de Mujeres, o Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, convocada en 1910 en Copenhague por Clara Zetkin y el Partido Socialdemócrata Alemán, reuniendo delegadas de 17 países como Rusia, EE.UU. y Francia para priorizar la lucha obrera sobre el voto liberal. No era una internacional formal como la de Marx en 1864, sino un contraataque al feminismo burgués dominante en el sufragismo, declararon el 8 de marzo como Día de la Mujer Trabajadora, centrado en huelgas y derechos laborales, combatiendo la doble explotación en hogar y fábrica, oponiéndose a la guerra que se avecinaba y uniendo el feminismo con el socialismo. Incluyó voces de trabajadoras inmigrantes y colonizadas, haciendo un feminismo interseccional antes de que el término existiera, e influyó en la Segunda Internacional hasta que las divisiones bélicas la disolvieron.
Peor aún, este feminismo avaló violencias contra la clase obrera y las mujeres trabajadoras, al alinearse con el liberalismo capitalista, respalda políticas que perpetúan la pobreza y la represión. Económicamente, promueve "empoderamiento" mercantil como la cultura "mujeres-jefe", ignorando que el 70% de las mujeres pobres globales son precarias según la ONU, y avala recortes en welfare, como las políticas neoliberales defendidas por feministas liberales como Hillary Clinton que aumentaron la miseria femenina en EE.UU. En lo estatal y laboral, sufragistas blancas apoyaron leyes represivas contra huelgas en el Reino Unido de los 1910, aliadas con la policía contra mineras, y hoy el "feminismo corporativo" justifica despidos si benefician a "mujeres líderes", como en tech donde CEOs como Sheryl Sandberg impulsan diversidad sin salarios justos, explotando a obreras de color. Racista y colonial, ignora violencias contra migrantes e indígenas: en Europa, ha respaldado políticas antiinmigrantes que deportan a trabajadoras domésticas vistas como "competencia", no aliadas, permitiendo que el Estado y las empresas usen la "violencia" estructural –pobreza, represión– contra las vulnerables mientras celebra avances simbólicos para unas pocas.
Un ejemplo de esta distorsión es la difamación de las ideas de Rosa Luxemburgo, a quien se atribuye falsamente una frase como "hacer cumplir antes las tareas feministas que la revolución", usada para pintarla como antifeminista. En realidad, Luxemburgo nunca dijo eso; en su ensayo "La cuestión de la nacionalidad y la autonomía" de 1909 y discursos en la Segunda Internacional, argumentaba lo opuesto: "No puede haber liberación de la humanidad sin la liberación de las mujeres", pero criticaba priorizar "tareas feministas burguesas" como el sufragio sobre la lucha de clases. En 1912, en "Die Neue Zeit", advirtió que las socialistas no debían "hacer cumplir" demandas liberales que distraían al proletariado, pues el sufragio para mujeres burguesas fortalecería el Estado capitalista, como ocurrió en la Gran Guerra cuando sufragistas apoyaron el belicismo. Su punto era que las demandas genuinas –igualdad salarial, fin del trabajo doméstico no pagado– solo se logran con la revolución socialista, no reformas elitistas; esta difamación, impulsada por liberales, deslegitima el feminismo proletario para promover versiones "seguras" para el capitalismo. Luxemburgo organizó miles de obreras en huelgas anti bélicas de 1918, integrando género en la lucha de clases como en "Reforma o Revolución" de 1900, mostrando que ignorar a las mujeres debilita la revolución misma.
Así, las mujeres de clase alta avanzan en liderazgo mientras marginan a las trabajadoras, usan el movimiento para escalar jerarquías capitalistas, como Gloria Steinem en los 1970 priorizando "techo de cristal" para ejecutivas sobre salarios mínimos para niñeras o enfermeras, mayormente pobres y de color. En ONGs feministas, los fondos van a campañas mediáticas, no a las sindicalistas textiles, en la ola sufragista, Emmeline Pankhurst se alió con la realeza en Reino Unido, excluyendo obreras que querían huelgas, y en Latinoamérica hoy feministas liberales de élite lideran marchas contra violencia de género pero ignoran el extractivismo que explota a indígenas trabajadoras. Esto genera "liderazgo token" –una mujer en la cima– manteniendo la base oprimida, el 1% de mujeres ricas acumula más, mientras el 80% global son precarias según la OIT.
La salida radica en un feminismo proletario e interseccional que una a todos los trabajadores y trabajadoras en una lucha anticapitalista, inspirado en Luxemburgo, Zetkin, Kollontai, Rouco Buela y Villaflor. Construyamos solidaridad de clase y raza mediante sindicatos mixtos que luchen por salarios iguales, fin del trabajo reproductivo no pagado y contra el racismo, como en las huelgas textiles de Bangladesh, en Argentina que globalizaron género y clase. Prioricemos la revolución colectiva en asambleas populares donde obreras lideren, no élites, apoyando movimientos como #NiUnaMenos en Argentina que integra feminismo con anti-neoliberalismo. Revivamos internacionales como la de Zetkin con redes globales para boicots y huelgas, educando contra el feminismo blanco vía lecturas marxistas-feministas como "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado" de Engels. La unidad es clave: "Proletarios y proletarias del mundo, uníos", extendido a género y raza, para una emancipación verdadera que libere a las mujeres trabajadoras y, con ellas, a toda la clase obrera, por la revolución socialista . En tiempos de crisis global, este legado no es reliquia, sino llamado a la acción. Vení a charlar con el Circulo de Trabajadores.

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