La Materia Oscura Sale de las Sombras: Un Descubrimiento que Confirma la Naturaleza Material del Universo



Por Raúl Valle


Durante casi un siglo, la materia oscura ha sido el fantasma que habita el cosmos. Sabíamos que estaba ahí porque las galaxias giraban demasiado rápido, porque la luz se curvaba donde no debía curvarse, porque el universo entero se comportaba como si algo invisible lo sostuviera. Pero nadie había logrado verla directamente. 

Hasta ahora...

Investigadores de la Universidad de Tokio acaban de anunciar lo que podría convertirse en uno de los descubrimientos más importantes de la física moderna, la primera detección directa de materia oscura, esa sustancia esquiva que constituye aproximadamente el veintisiete por ciento de todo lo que existe. El hallazgo, basado en quince años de observaciones del Telescopio Espacial de Rayos Gamma Fermi de la NASA, ha electrificado a la comunidad científica internacional.

El equipo japonés dirigió su atención hacia el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, donde las teorías predicen que la materia oscura debería concentrarse con mayor densidad. 

Lo que encontraron fue extraordinario, emisiones de rayos gamma de alta energía que coinciden con precisión matemática con lo que ocurriría si partículas de materia oscura colisionaran entre sí y se aniquilaran mutuamente. Este proceso de aniquilación, donde una partícula encuentra a su antipartícula y ambas se transforman en energía pura, es precisamente lo que los físicos teóricos habían predicho durante décadas. La diferencia es que ahora, por primera vez, tenemos evidencia observacional que respalda esas predicciones.

El estudio está disponible en arXiv y se publicará en la revista Journal of Cosmology and Astroparticle Physics y el investigador responsable, Tomonari Totani, dijo, ''Detectamos rayos gamma con energía fotónica de 20 gigaelectronvoltios que se extienden a una estructura tipo halo hacia el centro de la Vía Lactea'', y agregó, ''no hay otros fenómenos astrofísicos capaces de reproducir este patrón''. 

El descubrimiento ilustra de manera ejemplar cómo opera el conocimiento científico desde la perspectiva del materialismo dialéctico, la filosofía desarrollada por Karl Marx y Friedrich Engels como fundamento teórico del marxismo. 

No fue un momento de iluminación súbita ni una revelación mística. Fue el resultado de quince años de acumulación paciente de datos, millones de observaciones individuales que, sumadas, produjeron un salto cualitativo en nuestra comprensión del cosmos. La cantidad se transformó en cualidad, como ocurre en todo proceso de desarrollo real, confirmando una de las leyes fundamentales de la dialéctica que Engels expuso en su obra inconclusa Dialéctica de la Naturaleza.

Marx y Engels construyeron su sistema filosófico sobre una premisa fundamental, la materia en movimiento es primaria, existe objetivamente e independientemente de la conciencia humana, y puede ser conocida progresivamente a través de la práctica.

Durante décadas, algunas corrientes filosóficas idealistas sugirieron que la materia oscura representaba un límite infranqueable para la ciencia. Algunos la consideraban un mero artificio matemático, una convención útil para hacer cuadrar las ecuaciones pero sin existencia real, posición que recuerda al empiriocriticismo que Lenin criticó duramente en Materialismo y Empiriocriticismo.

Otros, más pesimistas, la declaraban incognoscible por principio, un misterio que la humanidad jamás podría resolver, cayendo en el agnosticismo que el marxismo siempre ha combatido. La naturaleza acaba de responder a ambas posturas. La materia oscura existe objetivamente, independientemente de nuestra capacidad para observarla, y eventualmente se manifiesta ante la investigación persistente. No hay límites absolutos al conocimiento humano, solo límites históricos que el desarrollo de la ciencia y la tecnología va superando progresivamente.

Este hallazgo confirma algo que el pensamiento marxista ha sostenido desde sus orígenes: el universo es material y cognoscible. No hay fuerzas sobrenaturales ni barreras metafísicas que impidan a la humanidad comprender la realidad. Lo que hoy parece misterioso, mañana será conocimiento establecido, y ese conocimiento abrirá las puertas a nuevos misterios por resolver. Como escribió Engels, la prueba del biscochuelo está en comérselo, y la prueba de la cognoscibilidad del mundo está en que efectivamente lo vamos conociendo.

El fenómeno detectado por los investigadores japoneses revela también la naturaleza profundamente dialéctica del universo, confirmando la ley de unidad y lucha de contrarios que constituye el núcleo del método dialéctico. En el corazón de la galaxia, partículas de materia oscura y sus antipartículas se encuentran y se destruyen mutuamente, generando en ese proceso la energía que finalmente pudimos detectar. Los opuestos no simplemente coexisten; su contradicción interna produce transformación y movimiento. Esta dinámica de contrarios que se enfrentan y se transforman no es exclusiva de la materia oscura. Es la ley fundamental que gobierna todo lo que existe, desde las partículas subatómicas hasta las sociedades humanas, desde la aniquilación de partículas en el centro galáctico hasta la lucha de clases que impulsa el desarrollo histórico. 

El universo no es un sistema estático en equilibrio perpetuo, sino un campo de tensiones productivas donde el cambio es la única constante.

Sería un error considerar este descubrimiento como un punto final, y aquí aparece otra ley dialéctica fundamental, la negación de la negación. Cada respuesta genera nuevas preguntas, cada contradicción resuelta abre paso a contradicciones más profundas. 

La física clásica afirmaba que solo existe lo que podemos ver y medir directamente. El descubrimiento de los efectos gravitacionales anómalos negó esa posición, revelando que algo invisible afectaba lo visible. Ahora, la detección de rayos gamma niega esa negación, pero no para volver al punto de partida, sino para avanzar en espiral hacia un nivel superior de comprensión donde lo invisible se hace visible mediante nuevos métodos.

Ahora que tenemos evidencia de la existencia de materia oscura, surgen interrogantes que antes ni siquiera podíamos formular con precisión. ¿De qué partículas específicas está compuesta? Los físicos han propuesto candidatos con nombres exóticos como WIMPs, axiones y neutrinos estériles, pero aún no sabemos cuál de ellos, si alguno, constituye realmente la materia oscura. ¿Cómo interactúa con la materia ordinaria más allá de la gravedad? ¿Qué papel jugó en la formación de las primeras galaxias y estructuras cósmicas?

Estas preguntas no representan un fracaso del conocimiento, sino todo lo contrario. Son la prueba de que la ciencia avanza no hacia un punto final donde todo esté explicado, sino hacia niveles cada vez más profundos de comprensión.

Este descubrimiento no surgió de la mente de un genio solitario trabajando en aislamiento, y aquí el marxismo tiene mucho que decir sobre la naturaleza social del conocimiento. Fue el producto del trabajo colectivo de investigadores de múltiples países, utilizando instrumentos construidos por miles de ingenieros y técnicos, analizando datos con métodos desarrollados por generaciones de científicos anteriores. 

El Telescopio Fermi mismo representa décadas de desarrollo tecnológico y la inversión de recursos de toda una sociedad. La práctica científica es, en última instancia, una práctica social, y como tal está condicionada por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción de cada época histórica. El conocimiento sobre la materia oscura no fue revelado ni intuido; fue producido mediante la actividad humana organizada. Y esa actividad solo es posible cuando las sociedades destinan recursos materiales y humanos a la investigación, cuando se forman nuevas generaciones de científicos, cuando se construyen los instrumentos necesarios para interrogar a la naturaleza.

Marx escribió en sus Tesis sobre Feuerbach que los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo. La ciencia, desde esta perspectiva, no es contemplación pasiva sino práctica transformadora. Los científicos no simplemente observan el universo; lo interrogan activamente, construyen instrumentos, diseñan experimentos, transforman materialmente las condiciones de observación. El Telescopio Fermi no es un ojo pasivo que mira el cosmos; es una herramienta construida por el trabajo humano que modifica nuestra relación práctica con la realidad. Y es precisamente esa práctica, ese trabajo material sobre el mundo, lo que produce conocimiento verdadero. La práctica es el criterio de la verdad, sostuvo el marxismo, y este descubrimiento lo confirma una vez más.

Desde una perspectiva marxista, también es necesario señalar las condiciones materiales que hicieron posible este avance. La investigación científica de frontera requiere enormes inversiones que solo pueden realizar estados o grandes instituciones. El Telescopio Fermi fue financiado por la NASA, es decir, por fondos públicos estadounidenses. Los investigadores japoneses trabajan en una universidad pública. El conocimiento producido es resultado de la inversión social colectiva, aunque bajo el capitalismo los beneficios de ese conocimiento frecuentemente son apropiados privadamente.

Esta contradicción entre el carácter social de la producción científica y la apropiación privada de sus resultados es una manifestación más de la contradicción fundamental del capitalismo que Marx identificó hace más de un siglo y medio.

La materia oscura, esa sustancia que durante décadas desafió toda observación directa, comienza finalmente a revelarse. El universo, que parecía guardar celosamente este secreto, cede ante el avance persistente del conocimiento humano. 

Este es quizás el mensaje más profundo del descubrimiento, no hay misterios eternos, solo verdades que esperan el momento histórico adecuado para ser descubiertas. La humanidad, armada con el método científico y la voluntad de comprender, puede conocer progresivamente todo lo que existe. El universo es materia en movimiento, y esa materia es cognoscible. Engels lo expresó con claridad en el Anti-Dühring: la unidad real del mundo consiste en su materialidad, y esta está demostrada no por unas cuantas frases de prestidigitador, sino por el largo y laborioso desarrollo de la filosofía y las ciencias naturales.

Los investigadores de Tokio han abierto una puerta que permanecía cerrada desde los orígenes del cosmos. Lo que encontremos del otro lado seguramente nos sorprenderá, nos desafiará y nos obligará a revisar muchas de nuestras certezas actuales. Pero de algo podemos estar seguros, sea lo que sea, será material, será comprensible y será, eventualmente, conocido. 

La materia oscura ha salido de las sombras. Y con ella, una vez más, se confirma que el universo no es un misterio impenetrable sino un libro abierto, escrito en el lenguaje de la materia, esperando ser leído por quienes tengan la paciencia y la determinación de descifrarlo. Como habría dicho Marx, no se trata solo de contemplar las estrellas, sino de comprender las leyes materiales que las gobiernan, porque solo comprendiendo el mundo podemos transformarlo, y solo transformándolo podemos comprenderlo plenamente.


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