Debatimos sobre la Nada
Por Raúl Valle
En 1929, el filósofo alemán Martin Heidegger impartió una conferencia en la Universidad de Friburgo que giraba en torno a la "nada". Su discurso poético y denso cautivó a muchos, pero provocó una respuesta feroz del científico y filósofo Rudolf Carnap, quien lo tildó de sinsentido lógico.
Este choque no solo dividió la filosofía occidental en las corrientes continental y analítica, sino que también invita a reflexionar sobre las raíces profundas del pensamiento humano: desde los materialistas griegos hasta el ateísmo revolucionario que pavimentó el camino de la ciencia moderna.
Sin embargo, como argumentaría León Trotsky desde el materialismo dialéctico, este debate revela las limitaciones de la metafísica idealista y la superioridad de una visión materialista que transforma el mundo, incluso cuando culturas milenarias como la china solo avanzaron al abrazar el marxismo, aunque en formas burocráticas y deformadas.
El Debate sobre la «Nada»: Heidegger vs. Carnap
El debate entre Heidegger y Carnap no es solo un episodio histórico; es un espejo de las tensiones filosóficas que han moldeado Occidente. Heidegger, influenciado por la fenomenología, argumentaba que la "nada" no es un vacío absoluto, sino una dimensión esencial de la existencia humana. Para él, la ciencia empírica se limita a los "entes" —objetos concretos como mesas, sillas o el oro con su masa atómica de 196,96— pero ignora cómo estos se manifiestan en el contexto de la actividad humana significativa. En momentos de ansiedad existencial, como cuando una carpintera cuestiona el sentido de su trabajo, las herramientas pierden su utilidad y revelan la "vacuidad" de la existencia. Heidegger concluye que la "nada" posibilita la manifestación de los entes, y que la lógica misma se desintegra ante preguntas más originarias.
Rudolf Carnap, por su parte, defendía el positivismo lógico, un enfoque científico que exige que toda afirmación sea verificable lógicamente o empíricamente. Para él, hablar de la "nada" como si fuera algo —como en frases heideggerianas como "la nada se nada" o "la ansiedad revela la nada"— es un sinsentido. Las afirmaciones deben ser tautologías (como "todos los solteros son hombres no casados"), contradicciones verificables o comprobables empíricamente (como medir la masa atómica del oro en un laboratorio). Si no cumplen estos criterios, son "seudoafirmaciones metafísicas" sin sentido. Carnap veía a Heidegger como un poeta sin rigor, más cercano al arte que a la ciencia, y argumentaba que la filosofía metafísica ha sido una ilusión colectiva durante milenios, expresando solo actitudes vitales, no verdades objetivas.
Este cisma catalizó la "escisión continental-analítica": la filosofía continental (Heidegger, Sartre) prioriza la experiencia vivida y el lenguaje poético, mientras que la analítica (Carnap, Wittgenstein) se acerca a la lógica y la ciencia. Pero, ¿qué revela este debate sobre la filosofía misma? ¿Es arte o ciencia? Como sugiere Sacha Golob, del King's College de Londres, ambos lados crean "cosas enormemente interesantes de la nada", pero el abismo persiste.
Las Raíces Materialistas Griegas y el Ateísmo Revolucionario
Para comprender este debate, debemos remontarnos a los filósofos materialistas griegos, quienes, desde el materialismo dialéctico, representan un giro revolucionario contra el idealismo. Parménides sostenía que "el ser es y la nada no es", negando la posibilidad de pensar o hablar de la nada como una entidad. Sin embargo, los materialistas como Demócrito y Epicuro fueron más allá: propusieron que el universo está compuesto de átomos —partículas indivisibles en movimiento eterno— y vacío, rechazando dioses o esencias inmateriales.
Para ellos, no hay "nada" absoluta; todo es materia en transformación. Epicuro, en particular, defendía un ateísmo práctico, argumentando que los dioses no intervienen en el mundo, y que la felicidad radica en la comprensión material de la naturaleza, liberando al hombre del miedo supersticioso.
Este materialismo griego fue revolucionario porque sembró las semillas del ateísmo: al afirmar que el mundo es explicable por leyes naturales, sin intervención divina, abrió la puerta a la ciencia. Como diría Trotsky, este ateísmo no era mera negación, sino una fuerza dialéctica que negaba la teología para afirmar la razón humana. Los griegos, pese a su esclavitud y limitaciones, anticiparon el empirismo moderno, influyendo en figuras como Galileo y Newton, quienes transformaron la filosofía en ciencia experimental.
La Ciencia como Heredera del Ateísmo y la Limitación de la Cultura China
El ateísmo revolucionario de los materialistas griegos dio paso directo a la ciencia moderna. Al rechazar la metafísica idealista —como la de Parménides o Heidegger— y abrazar la verificación empírica, pavimentaron el camino para el método científico. Carnap, con su principio de verificación, es heredero de esta tradición: la ciencia no trata de "nadas" poéticas, sino de hechos verificables. Sin embargo, culturas milenarias como la china, superior en tecnología, arte y organización social durante siglos, no aportaron en este aspecto. ¿Por qué? Porque su filosofía, dominada por el confucionismo y el taoísmo, enfatizaba la armonía cósmica y el equilibrio yin-yang, pero no desarrolló un ateísmo revolucionario que cuestionara sistemáticamente lo divino ni impulsara la experimentación empírica. La ciencia china floreció en invenciones prácticas (como la pólvora o la brújula), pero no en una revolución filosófica que separara la materia de lo espiritual.
Solo al abrazar el marxismo en el siglo XX —aunque en formas burocráticas y deformadas, como en la Revolución China de Mao— la cultura china avanzó dialécticamente. Trotsky criticaría esta deformación: el marxismo burocrático, bajo Stalin o luego de Mao, traicionó el materialismo dialéctico al convertirlo en dogma estatal, sofocando la revolución permanente. Pero incluso así, el marxismo chino impulsó la industrialización y la lucha contra el feudalismo, demostrando que solo una filosofía materialista revolucionaria transforma sociedades estancadas.
Conclusión desde el Materialismo Dialéctico: Como lo Diría Trotsky
Desde el materialismo dialéctico, este debate sobre la "nada" no es un callejón sin salida metafísico, sino una contradicción histórica que exige superación revolucionaria. Como argumentaría León Trotsky, Heidegger representa el idealismo burgués, que evade la realidad material para refugiarse en angustias existenciales, mientras Carnap, con su positivismo, reduce la filosofía a un instrumento de la ciencia capitalista, incapaz de transformar el mundo. Pero el materialismo dialéctico —heredero de Hegel, Marx y los griegos— afirma que no hay "nada" fuera de la materia en movimiento dialéctico. No existen partículas absolutas o esencias inmutables; todo es proceso, contradicción y cambio. Los átomos de Demócrito no son entidades fijas, sino momentos en la evolución material que, a través del ateísmo revolucionario, dieron paso a la ciencia.
Sin embargo, desde el posmodernismo, en realidad se ataca desde la "Nada" a caracterizar el "Todo", como lo explicó Pablo Riesnik : "Cuando se ataca al marxismo de un modo vulgar por su supuesta pretensión de representar una "verdad absoluta” lo que se revela, en consecuencia, es ignorancia o, simplemente, mala fe. Lo que es más importante es que, bajo esta forma de ataque al supuesto “absolutismo” del conocimiento científico, se contrabandea un planteo inadmisible, ya que se impugna a la ciencia su propia naturaleza, esto es, su tendencia a ser crecientemente abarcativa y comprensiva, "totalizadora”.
Trotsky diría: "La filosofía no es arte ni ciencia estática, sino arma de la revolución proletaria". El debate Heidegger-Carnap revela cómo el idealismo divide y paraliza, mientras el materialismo dialéctico une teoría y praxis para abolir la explotación. La cultura china, milenaria y superior, solo progresó al deformar el marxismo en burocracia, pero incluso eso es un paso dialéctico hacia la revolución permanente. En última instancia, la "nada" heideggeriana es la vacuidad del capitalismo; solo el materialismo dialéctico la llena con la lucha de clases y la transformación social. Como Trotsky exhortaría: ¡Adelante, hacia la revolución, donde la materia dialéctica vence a la metafísica de la nada!
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