Cultura y Unidad de Clase contra el multiculturalismo Burgués

 



Por Raúl Valle


Se describe el multiculturalismo como una forma que "respeta" la identidad del Otro como una comunidad "auténtica" y cerrada, pero en realidad, lo hace desde una posición de privilegio universal, desde el apoyo de un mayor capital simbólico y material, que afirma la superioridad del multiculturalista. Esto no es neutral, es una forma de racismo que mantiene distancias, evitando la confrontación directa con las desigualdades estructurales.

Desde una óptica marxista, este "respeto" es una ilusión ideológica que oculta cómo el capitalismo racializa y clasifica a los trabajadores para dividirlos.

Slavoj Žižek, influenciado por el marxismo lacaniano, argumenta en obras como ''El acoso de las fantasías'' (1997) que el multiculturalismo liberal es una "tolerancia" que permite al Occidente capitalista "respetar" culturas exóticas mientras las explota económicamente, sin cuestionar el sistema que las margina. Žižek lo ve como un "racismo invertido" que celebra la diferencia para justificar la desigualdad, similar a cómo el fetichismo de la mercancía en Marx oculta las relaciones de producción.

Esta crítica se extiende a la lucha de clases, el multiculturalismo distrae de la explotación compartida al enfatizar identidades culturales sobre intereses económicos comunes. En lugar de fomentar una solidaridad internacionalista entre proletarios de diferentes orígenes, promueve un "respeto" que mantiene a las comunidades oprimidas en guetos culturales, facilitando su explotación por el capital global.

Como explica Étienne Balibar en ''Racismo y nacionalismo'' (1991), el racismo moderno no es solo biológico, sino que se articula con el nacionalismo y el capitalismo para dividir la clase obrera. Balibar, discípulo de Althusser, vincula esto al "racismo de clase" donde las identidades culturales se convierten en barreras que impiden alianzas contra el imperialismo capitalista.

Desde una perspectiva de clases, el multiculturalismo sirve al mantenimiento de la hegemonía burguesa al fragmentar el proletariado. Antonio Gramsci, en sus ''Cuadernos de la cárcel'' (1929-1935), describe cómo las clases dominantes imponen su "hegemonía cultural" a través de ideologías que parecen neutrales, como el multiculturalismo, para evitar revoluciones. Gramsci argumenta que el consenso cultural oculta la coerción económica: el "respeto" multicultural por la "autenticidad" del Otro es una forma de control ideológico que impide que los oprimidos reconozcan su explotación compartida bajo el capitalismo.

Esto se relaciona directamente con la cita: el multiculturalista, desde su "posición universal" (privilegiada por el capital), afirma superioridad al "respetar" distancias, perpetuando divisiones que benefician a la burguesía.

Karl Marx y Friedrich Engels, en el ''Manifiesto Comunista'' (1848), advierten contra las ideologías que dividen a los trabajadores por nacionalidad o cultura, llamando a una solidaridad internacionalista. El multiculturalismo, al concebir comunidades como "cerradas en sí mismas", invierte esto, en lugar de abolir fronteras para unir a la clase obrera, las refuerza, permitiendo que el capital explote mano de obra barata en periferias culturales sin resistencia unificada. 

Engels, en ''El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado'' (1884), vincula el racismo con la propiedad privada, mostrando cómo las identidades culturales se usan para justificar desigualdades de clase.

El multiculturalismo, como forma de racismo invertido, no es un progreso ético, sino una ideología de clase que mantiene la dominación capitalista al fragmentar la resistencia. Autores como Žižek, Balibar y Gramsci nos recuerdan que la izquierda debe rechazar este "respeto" superficial y promover una lucha de clases que trascienda identidades culturales, abogando por una sociedad sin clases donde la diversidad no sea un pretexto para la explotación.

Como Marx lo expresó, "los proletarios no tienen patria": la solidaridad internacionalista es el antídoto al multiculturalismo burgués. Esta crítica no niega la importancia de reconocer opresiones culturales, pero las subordina a la lucha contra el capitalismo, evitando que se conviertan en distracciones de la revolución.

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