Racismo Blanco en Acción: Cómo Trump Prioriza Refugiados Blancos y Envenena la Solidaridad Obrera Global
Por Raúl Valle
En un acto que revela el corazón racista y clasista de su administración, el presidente Donald Trump ha anunciado una drástica reducción del 94% en las admisiones de refugiados en Estados Unidos, limitándolas a solo 7.500 por año y priorizando explícitamente a los sudafricanos blancos (afrikáners), según una nota 28/10/2025 de BBC News Mundo titulada "Trump reduce un 94% las admisiones de refugiados en EE.UU. y prioriza a los sudafricanos blancos". Esta política no es solo una medida de "seguridad nacional" o "interés humanitario", como se justifica en el comunicado oficial, sino una manifestación flagrante de supremacía blanca, que discrimina a otros grupos perseguidos —como afganos, palestinos o sudaneses— en favor de una minoría racial específica.
Al cerrar prácticamente las puertas a refugiados no blancos, Trump perpetúa un sistema que privilegia la piel blanca sobre la humanidad compartida, ignorando el sufrimiento global y socavando la autoridad moral de EE.UU., como critica Krish O'Mara Vignarajah de Global Refuge. Este clasismo blanco no es nuevo en la era Trump; se alinea con sus críticas previas al presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, donde acusó falsamente de persecución a granjeros blancos, y con su orden ejecutiva de enero de 2025 que suspendió el Programa de Admisión de Refugiados (Usrap) para "proteger recursos para los estadounidenses". Pero, como denuncian voces de izquierda contra el racismo, esta no es una anomalía individual, sino un síntoma de estructuras sistémicas que oprimen a las clases trabajadoras no blancas. Autores como Frantz Fanon, en su obra Los condenados de la tierra (1961), exponen cómo el colonialismo y el racismo blanco sirven para justificar la explotación económica, dividiendo a los oprimidos y manteniendo el poder de las élites. Angela Davis, en Mujeres, raza y clase (1981), argumenta que el racismo es una herramienta del patriarcado capitalista para suprimir movimientos de liberación, priorizando la blancura como criterio de valor humano.
Para fundamentar teóricamente lo que significa el racismo en este contexto, recurramos a Karl Marx, quien, aunque no definió el racismo en términos modernos, lo analizó como una extensión del sistema capitalista. En sus escritos sobre el colonialismo, como en El Capital (1867) y cartas sobre Irlanda, Marx describe el racismo como una ideología que divide la clase obrera global, justificando la explotación de pueblos no blancos para acumular capital. Por ejemplo, en su crítica al imperialismo británico en India, Marx ve el racismo como un mecanismo para deshumanizar a los colonizados, tratándolos como "inferiores" para legitimar el saqueo de recursos y mano de obra. Aplicado a la política de Trump, esta reducción de refugiados prioriza a "víctimas blancas" de "discriminación injusta" —como los afrikáners— mientras ignora a millones de no blancos huyendo de guerras, pobreza y opresión inducida por el mismo sistema capitalista que Marx denunció.
El racismo, según Marx, no es solo prejuicio individual, sino una superestructura que oculta contradicciones de clase: al favorecer a refugiados blancos, Trump refuerza la supremacía blanca, dividiendo a los trabajadores estadounidenses de los globales y preservando el statu quo capitalista que beneficia a las élites blancas.
El racismo de Trump no es "humanitario", sino clasista y blanco, un eco de las dinámicas coloniales que Marx y otros izquierdistas han combatido. Es hora de rechazar estas políticas y luchar por una solidaridad internacional que trascienda la piel.
El Programa de Transición (1938) subraya que el capitalismo en su fase de declive utiliza el odio nacional y racial como un mecanismo de supervivencia ideológica. En este texto, Trotsky analiza la crisis del sistema capitalista en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, argumentando que el racismo y el nacionalismo son "venenos" que el capitalismo emplea para dividir a la clase obrera y desviar la atención de las contradicciones de clase, preparando el terreno para guerras imperialistas.
Aplicado a la política de Trump, esta reducción de refugiados refleja exactamente ese "veneno",priorizar a sudafricanos blancos no es humanitario, sino una forma de supremacía blanca que divide a los trabajadores globales, ignorando a refugiados no blancos de países como Afganistán o Palestina, y perpetuando el clasismo que beneficia a las élites capitalistas. La cita completa es: "Antes de ahogar en sangre a la humanidad, el capitalismo envenena la atmósfera mundial con los vapores venenosos del odio nacional y racial... convulsiones malignas de la agonía capitalista. La denuncia tenaz en contra de todas las formas y matices de la arrogancia nacional del patriotismo burgués, en particular de la xenofobia... debe ser nuestro principal trabajo de educación en la lucha contra el imperialismo y la guerra. Nuestra consigna fundamental sigue siendo: ¡PROLETARIOS DE TODAS LAS NACIONES DEL MUNDO, UNIDAD!". Esta proviene de El Programa de Transición (1938), un documento programático de la Cuarta Internacional, escrito por Trotsky en el exilio, en un momento de ascenso del fascismo y la inminencia de la guerra mundial. Trotsky critica cómo el capitalismo, en su decadencia, fomenta odios raciales y nacionales para sobrevivir, desviando la lucha de clases hacia conflictos fratricidas. El nacionalismo y el racismo son las armas ideológicas que el capitalismo en agonía (en 1938, en la antesala de la Segunda Guerra Mundial) emplea para desviar la atención de la verdadera lucha: la de clases. Es un veneno que nubla la visión de los trabajadores y los prepara para la guerra imperialista. Se refiere a la fase de crisis profunda y decadencia del capitalismo. El odio nacional no es un fenómeno aislado, sino un síntoma terminal y violento de un sistema que se niega a morir. Establece el deber principal de los revolucionarios: la lucha frontal contra las ideologías de la clase dominante que dividen al proletariado. La xenofobia es mencionada como una manifestación particularmente peligrosa del patriotismo burgués que debe ser desmantelada ideológicamente.
La educación política es la herramienta clave. Al exponer el patriotismo como un instrumento de la burguesía, se sienta la base para la unidad obrera contra el imperialismo (la fase superior del capitalismo) y su resultado lógico: la guerra. La única respuesta efectiva contra la división nacionalista y la guerra imperialista es el internacionalismo obrero. Esta consigna, tomada del Manifiesto Comunista, afirma que la clase trabajadora tiene intereses comunes más allá de las fronteras nacionales.
El texto explica por qué, incluso en un conflicto de clases directo, los "vapores venenosos" (como los prejuicios contra "pueblos hermanos") dificultan ver la lucha de clases franca que se desarrolla. La "denuncia tenaz" y el "trabajo de educación" responden a la necesidad de ayudar a la vanguardia obrera a "comprender el carácter general y los ritmos de nuestra época".
Hoy, esto significa educar contra el racismo de Trump, promoviendo la unidad internacionalista para derrocar el sistema capitalista en decadencia. El racismo de Trump no es un error aislado, sino el veneno del capitalismo agonizante que Trotsky predijo, y solo la clase trabajadora unida puede combatirlo. Al rechazar la supremacía blanca y abrazar el internacionalismo, los proletarios de todas las naciones pueden construir un mundo sin fronteras, donde la solidaridad global derroque las élites y garantice justicia para todos los oprimidos, elevando la dignidad y el poder de los trabajadores sobre el odio racial y la explotación capitalista.

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