Cierre masivo de librerías: símbolo del mazazo de Milei a la cultura argentina

 


Por Raúl Valle

Durante los últimos tiempos bajaron sus cortinas varias de las librerías tradicionales. Alquileres, servicios, costos del papel y de los libros, conjugados con la crisis económica y los cambios de hábitos. Historias con mucho de nostalgia.

Hace unos años, la Argentina volvía a destacarse como el país del continente con la mayor y más diversa red de librerías. El dato surgía de un trabajo realizado por la Universidad de San Martín. El mundo de la cultura celebraba el dato positivo, estar a la vanguardia de la región. Aun cuando ya venía golpeado en los últimos lustros. Hace unos años la Argentina iniciaba el pesado tránsito del actual régimen libertario.  

Así, junto al gobierno peronista de los Fernández y Milei, se desploma el consumo literario, a la par de la seria crisis económica que padecen las clases sociales más proclives a la adquisición de libros, lo que se verifica dramáticamente en las librerías y, signo palpable de la gravedad, también en las ferias de usados.

En 2025 la caída de ventas de libros respecto del año anterior fue de aproximadamente un 17% para las dos editoriales que captan buena parte del mercado (Planeta y Penguin Random), en tanto, en las demás, el descenso que sufrieron llegó en algunos casos al 40 por ciento. Según el informe de la Cámara Argentina del Libro (CAL), en el 2024, las ventas ya habían caído un 5% respecto de 2023 y la producción, más allá del 20 por ciento.

A su vez, las grandes cadenas de librerías acusan un aumento interanual estimado del 120% en los precios de tapa. Aún no hay cifras oficiales para lo que va este año, pero se estima que la caída ya devoró casi la quinta parte del mercado, que, además, exhibe muchos menos títulos (en algún caso, apenas un 10% de años anteriores), con ediciones que en su mayoría no superan el millar, una cifra realmente muy menor de lo habitual.

Una de las consecuencias, símbolo del mazazo a la cultura argentina, es el cierre de no menos de una decena de librerías emblemáticas que se produjeron en los últimos tiempos.

Ya había bajado definitivamente sus cortinas, entre otras, la Gauderio Libros, en Ayacucho 704, con casi dos décadas de antigüedad: “El ajuste brutal ha significado la caída total de las ventas de libros”, argumentaba Valeria Satas, su dueña. Horas antes de cerarrar, una cuadra y media de cola se intentaba rescatar los retazos que liquidaba la Antigua Fray Mocho (Vive Leyendo ), que abriera 1945 y que desde 1969 funcionaba en Sarmiento 1832.

Apenas una semana después cerraba el último local donde funcionó la tradicional Scotti Libros, en 48 entre 5 y 6 de la ciudad de La Plata.

Mucho más cerca en el tiempo, la crisis se posó en la históricamente literaria Avenida de Mayo. Exactamente entre el 1110 al 1114, prácticamente frente a uno de los ingresos a la estación Lima del subte B. Cambiaron los propietarios de varios locales cercanos a la esquina de Lima, por caso los de las librerías Punto de Encuentro y La Cueva. Los alquileres subieron exponencialmente y ambos tradicionales ámbitos literarios finalmente cerraron hace unos días. “Se pierde mucha cultura y el acceso a la información”, aseguró Diego Alonso, el dueño de La Cueva que, al menos, decidió trasladar su comercio a la bonaerense Santa Teresita.


El largo adiós a las librerías

Por su parte, Punto de Encuentro cerró su local de venta, pero no la editorial y la distribuidora. Había llegado a la Avenida de Mayo hace casi tres lustros. Allí, en el mismo inmueble que ya añora con nostalgia, la mística de los anaqueles desbordantes de libros que vivió en buena parte del último siglo.

Desde que abrió Libros de Anarres, conocida como “la librería de los anarquistas”. Luego de que falleciera su dueño, un anarquista español de apellido Torres, fue vendida por sus descendientes. Pero no cambió de rumbo. Desde entonces, 2012, la manejó Carlos Benítez Gibbons, quien ahora lamenta el cierre. El cierre de Punto de Encuentro se debió a un final de contrato y a la negativa de renovación por parte de los nuevos propietarios de la esquina, quienes elevaron los alquileres a niveles insostenibles. Al buscar un nuevo espacio, resultó imposible cubrir los gastos de alquileres, servicios y empleados, lo que llevó a vender parte del inventario y guardar hasta los muebles.

La crisis en el sector no es reciente; desde la pandemia, un 20 o 30% del público se acostumbró a comprar libros por internet, adoptando el formato online como un salvavidas para muchos comercios. Hoy, todas las librerías y editoriales, grandes y pequeñas, operan con ventas digitales. Un ejemplo ilustrativo es el de un historiador del Conicet, quien antes pasaba horas en librerías buscando libros para investigar, y ahora encuentra y compra en minutos a través de la web.

El factor económico resulta fundamental, el costo abismal de los libros limita la accesibilidad de la clase media en declive. Los precios son impuestos por las grandes cadenas, con una concentración entre Planeta y Random, y librerías como Cúspide y Yenny, que no priorizan ventas a bajo costo. Influye también el alza en el costo del papel, que encarece la producción y se refleja en precios altos, incluso para turistas.

Otro aspecto clave es el cambio de hábitos, hay poco apego a la lectura. Antes, los lectores recorrían Corrientes hasta el Obelisco los sábados por la noche; hoy, quedan pocas librerías en esas zonas, y algunas se mudaron a barrios como Palermo, Colegiales o Chacarita. Además, las librerías modernas necesitan complementos como un barcito para sobrevivir. Esto afecta la diversidad, ya que las cadenas multinacionales dominan el mercado y venden solo los títulos que les interesan.

La tecnología, como el libro electrónico, aún no influye significativamente en la caída, aunque convive con el formato físico. Es un porcentaje pequeño de consumo, generalmente entre quienes viajan mucho. En Punto de Encuentro, ya se ofrece una plataforma de e-books, pero el hábito no se ha consolidado. En contraste, el diario en papel ha perdido más terreno en este sentido.

La ausencia del Estado en manos del lumpen de Milei agrava la crisis, ignorar al sector es una política implícita. Históricamente, las compras de Bibliotecas Populares (Conabip) a través de la Secretaría de Educación, o en la Feria del Libro, daban respiro, especialmente a bibliotecas del interior. Pero el año pasado no hubo tales compras, y este año serán menores. Las adquisiciones del Ministerio de Educación también proporcionaban alivio. Hablar de libros en el Estado actual es tabú y simulación, tal cual Milei se presenta en las campañas presidenciales con un libro bajo el brazo para disimular su brutalidad o para presentar sus propios libros pirateados o de copia y pega, que además nadie lee.

Todo gira en torno a la crisis económica. Lectores, historiadores, docentes y estudiantes compraban libros pagando en cuotas. Hoy, la incertidumbre laboral impide tales gastos. La cultura, como decía Scalabrini, está en el "subsuelo de la patria sublevada"; lo primero que se prescinde es lo recreativo, como ir al cine, teatro, fútbol o comprar un libro. Nadie deja de comer por un libro.


En Clave feria

En 2014 se alcanzó un pico de 128 millones de ejemplares con 28 mil novedades en formato físico. Sólo un lustro después, en 2019 los nuevos títulos habían sufrido una baja tolerable (22 mil títulos), mientras que la impresión llegaba a los 35 millones de ejemplares. En la Feria del Libro porteña de ese año, un espejo de la actividad, ya había habido severos reclamos a Pablo Avelluto, el entonces ministro de Cultura.

En la pandemia, La Feria de ese año no pudo realizarse. Pero un informe de la Cámara Argentina del Libro, exponía la situación de la industria editorial: la cantidad de ejemplares hasta abril de 2020 fue tan sólo de 500 mil, cuando un año había sido de 5,8 millones. Las novedades cayeron de 2.500 títulos a uno menos de mil. “El sector del libro factura en el año unos 25 mil millones de pesos. Esta pandemia nos va a hacer perder un 30% de la facturación, o sea unos 7.500 a 8000 millones”, anunciaba un editor de libros. De los 128 sellos de todo el país (desde microsellos hasta editoriales multinacionales), un 77% no comercializaban ebooks.

La reacción debió ser rápida y se devoró a varias librerías. Tal vez el caso más emblemático de CABA fue la Librería de las Luces. A fin de ese año, cuando la apertura aún estaba en entredichos, apareció el cartel rojo: “Liquidación total por cierre hasta el último libro”. José Roza, su dueño anunciaba: “Ciento cincuenta mil ejemplares a precios apenas mayores que el de un diario esperan ser rescatados por los lectores que durante años abrevaron en sus anaqueles”. Luego de más de 60 años estuvo en Avenida de Mayo 615, hasta el 2017 se mudó al 900, una zona que el distanciamiento social y al teletrabajo en empresas y oficinas públicas convirtió en fantasmal. “La Librería de las Luces es la punta del iceberg”, advertían. La Librería de Ávila (tradicionalmente conocida como Librería del Colegio, en la esquina del Nacional Buenos Aires) también estuvo a un tris de cerrar.

Poco después, la Cámara de Editores y Libreros Independientes lanzó la campaña “Ni una librería menos” pero no alcanzó. El posterior Plan Nacional de Lecturas tampoco colaboró a la restauración parcial de una actividad ante las políticas económicas de la desprotección oficial del 2025, la dejó maltrecha.


Comparación con gimnasios de baja estructura: CrossFit, HIIT y el modelo precario

Mientras las librerías tradicionales agonizan bajo el peso de alquileres exorbitantes, costos crecientes y hábitos cambiantes hacia lo digital, un sector paralelo parece florecer en la sombra, los gimnasios de baja estructura, como los estudios de CrossFit o HIIT (entrenamiento de intervalos de alta intensidad). Estos espacios, a menudo operados con docentes privados (instructores independientes), rutinas adherentes (programas fijos y repetitivos) y en modalidades de asistente pedagógico (donde el instructor actúa como guía motivacional más que como entrenador certificado), representan un contraste crudo con la crisis cultural.

Estos gimnasios prosperan en un entorno de trabajo en negro, bajos salarios y recarga laboral. Los instructores, muchas veces sin contratos formales, cobran por clase o por alumno, trabajando jornadas extenuantes que incluyen múltiples turnos diarios, fines de semana y hasta noches, sin beneficios sociales ni seguridad laboral. La recarga laboral es extrema: un instructor puede dirigir 5-10 clases al día, adaptando rutinas adherentes para grupos grandes, en espacios minimalistas que evitan costos altos de alquiler y equipamiento. Esto permite precios bajos para los usuarios, atrayendo a una clase media que busca alternativas accesibles en tiempos de crisis, similar a cómo el libro electrónico o las compras online salvan a algunas editoriales, pero a costa de la informalidad.

A diferencia de las librerías, que requieren anaqueles, inventarios y espacios físicos amplios, estos gimnasios operan en garajes, parques o locales pequeños, con rutinas estandarizadas que no demandan gran inversión. Sin embargo, el modelo pedagógico asistente —donde el instructor motiva y corrige en tiempo real— oculta una realidad precaria, bajos salarios (a menudo por debajo del mínimo, pagados en negro), falta de capacitación formal y riesgos de lesiones no cubiertos. La comparación es reveladora, mientras la cultura del libro se desmorona por la ausencia estatal y la concentración multinacional, estos gimnasios sobreviven en la economía informal, simbolizando una "cultura del cuerpo" que prioriza lo inmediato sobre lo reflexivo, pero a un costo humano alto en términos de explotación laboral.

Este fenómeno refleja una sociedad en crisis, una clase media en descomposición, opta por lo tangible y accesible, dejando atrás espacios de reflexión como las librerías, en favor de rutinas adherentes que prometen transformación rápida, ley de atracción, psicología de youtube, abstención sexual, machismo estoico o soledad con peso en lo individual, pero operan en la sombra de la precariedad. ¿Será este el futuro de la cultura argentina: no libros, sino sudores precarios y en negro? 

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