Un aporte para entender la situación Internacional. Un mundo en guerra y revolución.
Por Raúl Valle
La actual escalada de tensiones entre Estados Unidos y China, que ya acumula años de "guerra arancelaria", se ha incrementado a un nivel sin precedentes, con implicaciones que definen el inicio de un conflicto económico de proporciones globales, incluso con riesgos de derivar en un escenario de confrontación multidimensional.
La administración de Donald Trump ha implementado tarifas del 25% sobre Canadá y México, y un aumento del 10% sobre China, lo que ha generado una inmediata reacción negativa en los mercados bursátiles europeos y asiáticos, con caídas abruptas en las bolsas. Este escenario no es aislado, se inserta en una dinámica de confrontación que se ha profundizado en los últimos años, donde las medidas proteccionistas de Washington buscan, según analistas, no solo corregir desequilibrios comerciales, sino también limitar la influencia económica y geopolítica de Beijing en el escenario global.
Numerosas guerras están al día, y no solo las de carácter militar. En Europa del Este, el conflicto entre Rusia y Ucrania no solo ha generado una crisis humanitaria, sino que también ha puesto en evidencia la competencia por recursos energéticos. La CIA, según informes, habría estado involucrada en el sabotaje de gasoductos clave como Nord Stream 1 y 2, que conectaban a Rusia con Alemania, privando a Berlín de una fuente de ingresos cruciales, y obligando a renegociar acuerdos con Washington, perdiendo ventajas en términos de infraestructuras y competitividad energética. Estos gasoductos, que antes aseguraban un flujo estable de gas ruso a Europa, ahora son un campo de batalla en la lucha por la influencia en el continente.
En Oriente Medio, Estados Unidos, aliado con el sionismo, lleva un genocidio en Gaza, y busca neutralizar un corredor de comercio que une a Turquía con China, conocido como el Corredor Transcaspiano (TITR) y la Ruta de la Seda ferroviaria (China Railway Express). Estos proyectos, impulsados por Beijing, buscan conectar Asia Central con el Mediterráneo, facilitando alternativas a las rutas tradicionales controladas por Occidente. La estrategia de Washington, en este contexto, apunta a limitar la expansión china en una región de vital importancia estratégica, donde el control de rutas comerciales y de energía es clave para la hegemonía global.
En Sudamérica, Trump ha mostrado interés en bloquear la construcción de un corredor bioceánico central (CFBC), también conocido como tren bioceánico, que uniría a Perú, Bolivia y Brasil. Este proyecto, impulsado por China, busca facilitar el transporte de productos desde el Pacífico hasta el Atlántico, reduciendo costos y tiempos de envío, y consolidando a la región como un nexo clave en el comercio entre Asia y América. Para Washington, sin embargo, este corredor representa una amenaza, no solo debilita la influencia estadounidense en Sudamérica, sino que también fortalece la presencia china en un continente que tradicionalmente ha sido visto como parte de su "patio trasero".
Los libertarios definen solo un apoyo incondicional de las negociaciones directas del capitalismo de Trump con China como positivo, pero en las colonias como negativo. Hay que tener en cuenta que Milei vive, por ahora, en parte con la colocación de commodities en China y el salvataje en swap.
Cuando hablamos de la circulación de capitales y el desarrollo de infraestructuras, se observa una clara divergencia entre las estrategias de China y Estados Unidos. Beijing ha invertido masivamente en proyectos de infraestructura a nivel global, desde puertos en África hasta rieles en Eurasia, con el objetivo de crear una red de conexiones que facilite el comercio y la influencia china. Por su parte, Trump ha recurrido a medidas arancelarias para limitar la libre circulación de mercancías, argumentando que esto protege a la industria estadounidense de la competencia "desleal" de países como China.
La causa que se adjudica a Trump es la necesidad de recurrir al proteccionismo estadounidense como último recurso del imperialismo, utilizando la vía financiera para mantener su hegemonía. Esta estrategia busca, aparentemente, forzar a la Reserva Federal a reducir las tasas de interés, lo que permitiría refinanciar la deuda soberana de Estados Unidos, que ha alcanzado niveles alarmantes. Se habla de una "guerra económica" que reproduce condiciones similares a las de crisis históricas, una crisis que algunos consideran inevitable y determinista, ligada a la caída de la ganancia del capital a nivel mundial.
Los países del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) han condenado públicamente estas medidas, alertando que la proliferación de restricciones comerciales amenaza el sistema de comercio multilateral y la estabilidad global. La retórica de Trump, que incluso ha amenazado con imponer aranceles del 100% a los países BRICS si abandonan el dólar en sus transacciones, refleja una estrategia de presión maximalista. Brasil, por ejemplo, enfrenta un arancel del 50% en sus exportaciones a Estados Unidos, lo que ha generado tensiones en la relación bilateral.
Las propias contradicciones del capitalismo estadounidense llevan a crear enemigos y a aislarse en su propia crisis. Los miles de millones de dólares invertidos en financiar el conflicto en Gaza, la carrera armamentista en Sudamérica y la propia guerra en Ucrania han elevado la deuda externa de Estados Unidos a más de 36 billones de dólares en el primer trimestre de 2025, equivalente al 120.8% de su PIB, un nivel sin precedentes en un país capitalista.
Esta postura de Washington ha exacerbado la volatilidad en los mercados financieros, con el dólar desplomándose frente a otras monedas ante el riesgo de una desintegración del orden económico actual. La posible concreción de una alianza entre China, Rusia, Venezuela y el BRICS (aunque Venezuela no es miembro formal del grupo, su alineación con estos países es parte del contexto geopolítico) en un frente común contra el dólar podría acelerar el declive de la moneda estadounidense como reserva global. Si estos países dejaran de negociar en dólares, repatriando masivamente sus reservas, se generaría un efecto dominó, el exceso de dólares en el mercado provocaría una depreciación aún mayor, incrementando la inflación en Estados Unidos y erosionando su poder económico.
Este escenario se ve reforzado por datos que muestran que los flujos de capital y migración entre Estados Unidos y China están presentes a tendencias previas a la guerra comercial, lo que sugiere una reconfiguración de las cadenas de suministro y dependencias económicas. Además, China se ha consolidado como el principal destino de inversión extranjera directa en sectores clave como servicios, construcción y tecnología, lo que le da mayor influencia en la arquitectura económica global.
La inflación, ya elevada en 2022 (2.8% a nivel mundial), podría verse agravada por la combinación de estos factores: la guerra arancelaria encarece los productos, los mercados financieros se tensionan y la incertidumbre reduce la inversión. Países emergentes, altamente dependientes de la política monetaria estadounidense, enfrentarían crisis de deuda y devaluaciones si el dólar pierde estabilidad.
Desde una perspectiva histórica, la declinación de la hegemonía estadounidense, ya analizada en estudios sobre el colapso del sistema de tipos de cambio fijos en los años 70, parece acelerarse como fue con salida del patrón oro. El proteccionismo actual podría ser un intento de Estados Unidos de mantener su influencia ante el surgimiento de bloques como el BRICS, que buscan reconfigurar el orden económico post-Segunda Guerra Mundial.
Otros puntos a considerar incluyen el riesgo de una carrera armamentista paralela a la económica, el impacto en cadenas de suministro globales (especialmente en tecnología y energía), y la posibilidad de que la crisis se extienda a regiones como América Latina, donde países como Brasil (miembro del BRICS) podrían verse arrastrados a un mayor aislacionismo o a alianzas contrapuestas.
La falta de coordinación multilateral y el creciente unilateralismo de Estados Unidos incrementan la probabilidad de un escenario de "guerra fría económica" con consecuencias impredecibles. Una guerra que combina elementos de confrontación comercial, financiera y geopolítica, y que se adapta a las nuevas realidades de nuestro siglo.
En síntesis, el actual contexto de tensiones arancelarias, la respuesta desafiante de potencias emergentes y el posible abandono del dólar como moneda de transacción global configuran un terreno fértil para una crisis de proporciones históricas, con ramificaciones políticas, económicas y sociales que solo podrán definirse con guerras y revoluciones.
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